martes, 19 de marzo de 2013


Madrid en el siglo XVI







La ciudad de Madrid no siempre ha sido la capital de España. En la primera mitad del siglo XVI, poco antes de convertirse en capital, Madrid apoyó el Movimiento de Comuneros, al igual que otras ciudades. También fue el periodo de construcción de muchos monasterios, como los de San Felipe Neri, de la Trinidad Descalza o la ermita de San Isidro.
En 1561, Felipe II designó a Madrid como sede permanente de la Corte. Este acontecimiento, conocido como el "impacto de la corte", va a ser determinante en la evolución de todos los aspectos históricos, sociales y económicos de Madrid y su territorio.
Fueron muchos los motivos que indujeron a Felipe II a instalar su corte en Madrid. Por lo pronto la ciudad era feudo del rey y contaba con una situación geográfica estratégica en el centro peninsular, en la que abundaba el agua, los recursos y los bosques cercanos para cazar. Además, contaba con un palacio cómodo (Alcázar) y la ciudad era un territorio virgen en cuanto a otros contrapoderes que pudieran incomodar al rey, esto es, una nobleza débil, y una iglesia poco representativa.
Esta decisión tuvo una enorme repercusión para la ciudad pues además de convertirse en la residencia del rey, su familia y su séquito, también implicaba la llegada a la ciudad de los aparatos centrales del Estado y de continuas oleadas de inmigrantes atraídas por el influjo de la corte. Con respecto a la población en 1561 la villa tenía unos 12.700 habitantes alcanzó los 90.000 en 1597. En apenas 40 años la población madrileña se había multiplicado por 4 veces , rebasando la tasa de crecimiento anual de las ciudades castellanas, y convirtiéndose en una de las 20 ciudades más pobladas de Europa.
El nuevo caserío de la ciudad se fue estableciendo entorno a los caminos que llegaban a la Villa (Alcalá, Carrera de San Jerónimo, Atocha, Embajadores, Toledo...) y de esta manera, se fueron estructurando los ejes principales que todavía discurren por lo que se ha venido llamando el Madrid de los Austrias. Por el oeste, fue importante la apertura en 1577 de la calle Segovia hasta su encuentro con el puente homónimo que años antes había construido Juan de Herrera. También se van a crear nuevos ejes urbanos como los de las calles de Leganitos, ancha de San Bernardo, Tudescos – Correderas alta y baja de San Pablo- y el eje que comunica la Puerta del Sol con el exterior de la Villa a través de la calle Montera, la Red de San Luis y las calles de Hortaleza y Fuencarral.
Las zonas más antiguas de la ciudad fueron objeto de una profunda remodelación, poco a poco se fueron derribando las murallas medievales y buena parte de sus puertas para poder ampliar las calles y crear nuevas plazas comerciales. 
El establecimiento de la corte no sólo trajo "bondades", pues para poder alojar al sequito real, a los funcionarios, a la nobleza y a los prelados, el rey había ordenado a su Mariscal de Logis que requisará el 20 % de las casas de la ciudad para alojar en ellas a tan selectos inmigrantes. Pero como no eran suficientes, al poco tiempo y en virtud del derecho conocido como Regalía de Aposento, se ordenó reservar la mitad de las viviendas madrileñas para estos fines. Lógicamente, muchos madrileños optaron por construir y transformar el interior de sus casas de forma que fuera imposible hospedar a los servidores del rey. Estos inmuebles que fueron denominados “casas a la malicia” sirvieron de poco, pues todas las casas que impedían el obligado alojamiento fueron gravadas con un nuevo impuesto. Los fondos obtenidos de la nueva tasa fiscal se emplearían en sufragar los gastos de hospedaje de los servidores de la Corona.

domingo, 10 de marzo de 2013

La batalla de Lepanto.


                                                      La batalla de Lepanto

La batalla de Lepanto fue un importantísimo combate naval que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571, en el golfo de Lepanto, situado en la Grecia continental. Esta batalla se produjo entre los turcos del Imperio otomano y de los cristianos, que formaban la Liga Santa.
 
La raíz de la batalla fue que en 1570, el Imperio otomano tenía el control y era superior en el Mediterráneo, las galeras turcas imponían sus leyes, conquistaron territorios como por ejemplo Chipre, que se le conquisto como parte de la estrategia para romper con el llamado “cordón veneciano”, puesto que Venecia controlaba el paso de entrada al mar Adriático. A la vista de todo este peligro, del avance de los turcos, el papa Pío V impulsa la formación de una alianza de los países cristianos para acabar con toda esta situación y enfrentarse al Imperio otomano.
La formación de la Liga Santa fue entre: el reino de España, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya. Esta Liga Santa reúne una gran flota con el objetivo de destruir la amenaza otomana en el Mediterráneo, pero en realidad cada uno de sus miembros tenía intereses propios, que no coincidían con los de sus aliados.
La armada española estuvo dirigida por Juan de Austria, hijo del emperador Carlos I de España y V de Alemania, la veneciana por Sebastián Venier y la pontificia por Marco Antonio Colonna. La armada turca estaba bajo el control de Uluch-Ali.


La flota cristiana se reunió en Mesina. Una vez unida contaba con 90 galeras, 24 naos y 50 fragatas por parte de España, 12 galeras y 6 fragatas por parte del Papa y 106 galeras, 6 galeazas, 2 naos y 20 fragatas por parte de Venecia. En éstas embarcaron 4000 soldados de los tercios españoles, decisivos en la suerte de la batalla. Además había más de cien embarcaciones auxiliares que transportaban casi 85.000 hombres: 13.000 marineros, 28.000 soldados y remeros el resto. Los tercios españoles eran cuatro, con 8.000 hombres, mandados por Lope de Figueroa, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel de Moncada.
Los turcos, por su parte, contaban con 208 galeras, 66 galeotas y fustas y 25.000 soldados, aunque tan sólo unos 2.500 eran jenízaros, armados con arcabuces. El resto de la tropa iba armado con arcos y flechas, útiles a corta distancia.

Lepanto no solo fue la mayor batalla de galeras de la historia, sino la confirmación del fin de la expansión mediterránea del Imperio turco. Desde ese momento comenzara su declive y dejara de ser la grave amenaza que había sido para los países cristianos de Europa.